Aún no amanece a través de las rendijas de la persiana. Se asoma, sigilosamente, al pasillo. Teme que él la oiga, que renueve sus golpes, que le impida marcharse. Nadie. Pero apenas ha comenzado a caminar hacia la libertad cuando una linterna se enciende a sus espaldas. Amedrentada, se gira y clava sus ojos asustados en el hombre que se le acerca sin prisa, consciente de su poder y su fuerza…
Con cariño, su hijo la acuesta de nuevo y se marcha, dejándola sumida en la oscuridad de la desesperanza, temblando bajo las mantas, reviviendo noche a noche, en su mente devorada por la demencia senil, otras noches y otros días de lágrimas rojas y dolores negros.
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