Adormecida y sorda me mantuve en el engaño vivo. Fueron los años de hollín acumulándose en mi piel los que me convirtieron en una mujer invisible perseguida por su sombra. Cuando el hielo congeló nuestro lecho y las manos se crisparon carentes de caricias, recibí el primer arañazo de su mirada. Luego, con un velo de alcohol en su retina, hizo que un líquido viscoso se derramase por mis mejillas. Le denuncié… Nos separamos… Y entonces comprendí que únicamente la dulce complicidad del instante propicia el rito del amor, y que solo el goteo intermitente de ilusiones recorre las entrañas estremecidas enalteciendo el respeto y la igualdad.
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