Alargué la mano hacia ella para ayudarla a levantarse. Sin embargo, su reacción fue inesperada. Se estremeció instintivamente y alzó los brazos para cubrirse la cabeza. Pero como el golpe esperado no llegó, exhaló el aire, bajó temblorosamente los brazos y sus ojos anegados de lágrimas me observaron con cautela. Pánico.
Inmediatamente comprendí el mobiliario roto, la llamada desesperada de los vecinos y el hombre borracho que se habían llevado a rastras.
No era la primera vez.
La rabia y la indignación me inundaron el pecho, el aire se me atascó en la garganta. Sé perdonar a la gente que se equivoca. Pero hay cosas que no tienen perdón. Existen acciones que deben arreglarse con algo más que palabras.
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