Mientras su padre la echaba dentro y cerraba la tapa del contenedor, su madre se levantaba del improvisado lecho fabricado con bolsas de basura; las piernas rojas de sangre, los ojos encharcados por la pena. En el silencio del callejón su llanto agudo, de pulmones recién hechos, traspasaba las paredes del pesebre de plástico. Su padre empujó a su madre y le gritó algo en un idioma que la mujer apenas hablaba, pero que no le costó entender: "Pasado mañana te quiero limpia y sonriente en el club". Por aquella época, las empresas empezaban con las cenas de Navidad.
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