Me recosté en esa silla sin opción. Insistí en que no me acordaba de nada, pero ella me dijo que pensara más, que no había apuro y que ella estaba ahí para ayudarme a superarlo. Entonces, respiré hondo y cerré los ojos, vi todo oscuro, tal vez el destello de algo afilado, sentí mis muñecas oprimidas, y la violencia del hombre. Abrí los ojos y ella se frotaba las manos, pero algo metálico brillaba en sus ojos. Tal vez era el oficio. ¿Por qué contárselo a ella?
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