viernes, 14 de noviembre de 2014

Dos violencias

Me recosté en esa silla sin opción. Insistí en que no me acordaba de nada, pero ella me dijo que pensara más, que no había apuro y que ella estaba ahí para ayudarme a superarlo. Entonces, respiré hondo y cerré los ojos, vi todo oscuro, tal vez el destello de algo afilado, sentí mis muñecas oprimidas, y la violencia del hombre. Abrí los ojos y ella se frotaba las manos, pero algo metálico brillaba en sus ojos. Tal vez era el oficio. ¿Por qué contárselo a ella?

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