Ana se sentía diferente a los demás niños por lo que sucedía en su casa y, a los ocho años, sentirse diferente es también creerse un poco culpable. Pensaba que haber nacido chica era una desgracia. Envidiaba la fuerza y el arrojo de los chicos
La tarde en que comenzó su nueva vida, su madre había venido a buscarla al colegio cargada con una maleta y la bolsa de sus juguetes favoritos. Unas gafas oscuras ocultaban sus ojos y una sonrisa forzada mortificaba sus labios partidos.
–Verás-le dijo- hoy nos vamos a vivir con otros niños y sus mamás.
–Papá no….
–No. Solas tú y yo.
Caminando junto a su madre le entraron unas ganas enormes de brincar.
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