Ya lo huelo.
Vaharadas de whisky y vómito fermentado, como ectoplasmas, se cuelan por debajo de la puerta, hincándome las sienes; atornillándome el vientre; desgarrándome el sexo, a dentelladas.
Burlan el escudo, infantil, de mi sábana.
Deshilachan mi boca en gemidos de hiel.
Esta premonitoria peste a alcohol es un puntito menos dañina que el después: cuando sus insultos rebanen mi dignidad hasta el grosor de un pelo; cuando sus puños maquillen de violeta mi piel; cuando sus caderas me embistan inmisericordes; y… lo peor, cuando se quiebre por enésima vez mi estúpida fe, que hasta ayer se renovó, preñada de perdones y promesas.
Ya lo huelo.
Es el hedor de aquello que un día confundí con amor.
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