Siempre  que, de pequeño, me preguntaban qué quería ser de mayor, respondía con  determinación: "¡Abogado!", arrancando sonrisas a todos salvo a mi madre, con  su mirada siempre ausente. Me acostumbré a que mi abuelo pagara la fianza  impuesta a mi padre por sus broncas cuando bebía, pero no conseguí adaptarme a  ver a mi madre intentando disimular sus llantos rotos. Sólo era capaz de seguir  respirando para que su "Un día serás alguien importante" se cumpliera. 
Me  convertí en abogado y logré que se celebrara el juicio que tanto soñaba. Mi madre  compareció ante el juez sin lágrimas, firme como una roca, mostrando lo que  siempre escondía bajo sus amplias y oscuras gafas de sol. Y Sonrió.
     
No hay comentarios:
Publicar un comentario