Todos veían aquella sonrisa pero nadie miraba sus ojos. Ingeniosos comentarios y alegres bromas la tenía como a una muchacha feliz; no obstante, ignoraban aquellos cardenales que ocultaba bajo sus holgadas prendas ni de aquellas roturas en falsas caídas. No se daban cuenta de que su brillo se opacaba por una siniestra y mortal sombra. Porque todos veían la risa de la comedia pero ninguno observaba el llanto de la tragedia. Nadie vio resquebrajarse la máscara hasta que se hizo añicos y, solo entonces, todo acabó.
Se marchó. Ella le puso fin. Tenía más fuerza de la que ella creía.
Solo quedaron los restos de una máscara que jamás volvería a usar.
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