Podemos seguir juntos, decía su voz casi angelical aunque muy masculina, la voz de su amado Javier. Su «podemos» era equivalente a «debemos». Los golpes y el desprecio se mezclaban con un amor siniestro y secuestrado, infantil, egoísta y posesivo. Cada día era un nuevo suplicio en la vida de Estrella. El espejo se convirtió en el peor enemigo. Ya solo contaba los días para...
El teléfono sonó estrepitosamente la madrugada del 25 de noviembre
—Ahora mismo vas a casa. Se acabaron los juegecitos. Eres mía.
Le bastaron esas dos últimas palabras para colgar, salir corriendo a la calle y sentirse solo suya por primera vez. Contaba los días para ser feliz. Estrella ya era libre.
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