Sus ojos reflejaban odio, mordía su labio con fuerza e ira mientras la miraba. Ella evitaba el contacto visual y cubría con sus delicadas manos los ojos llorosos y las mejillas coloradas de tanto sufrimiento. Tras dos largos minutos de silencio interrumpido ocasionalmente por un tímido pero sentido gimoteo, el se arrodilló y ofreciéndole su mano susurró – No sufras más. No necesito que aguantes. No debes hacerlo. Hoy pones punto y final a esto, mamá -
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