lunes, 30 de octubre de 2017

Ceguera colectiva

¡El siguiente!. Había permanecido esperando pacientemente, entre nervioso y aliviado, por encontrar una solución a su padecimiento. Buenos días Señor, venía para tratarme de una ceguera intermitente que padezco desde hace algún tiempo. A veces pasan cosas delante de mis ojos y no me doy cuenta. Bien, pero aquí no vamos a poder ayudarle, no soy oculista y esto es una Comisaría… Si, lo entiendo, quería denunciar un caso de violencia de género, son una pareja del vecindario y… me temo que es un caso de ceguera colectiva.

La eternidad

La amaba tanto que no la imaginaba en manos de otro hombre. 
Tanto que a cada minuto se moría por saber dónde estaba y con quien.
La amaba tanto que no pudo resistir la idea de darle lo mas preciado que jamás nadie podría poseer.
La eternidad.
Y se la regaló aquella noche en forma de 6 puñaladas.

Somos seres humanos

No más insultos que atraviesan el alma. No más amenazas que matan por dentro. No queremos gritos que taladran la cabeza, ni sangre en las manos. No queremos llantos de madrugada. Por favor, no más heridas en el corazón, ni cicatrices en la piel. Basta de miradas que cortan la respiración, de reproches sin sentido. No más discusiones que acaban en guerra, ni guerras sin paz. Prohibido amar con violencia, las caricias que arañan y las lágrimas en la cara. Se acabó pedir ayuda en silencio, la crueldad de las palabras y los celos incontrolables. No queremos más muertes, ni un historial de visitas al hospital. Somos seres humanos y si queremos aprender a volar, eliminemos el miedo a vivir.

No puedo más

Despertó asustada, sudorosa y dolorida. Con voluntad moribunda miró el reloj. Escapó de aquella pesadilla sólo un par de horas. Su cuerpo escombro no aguantaba más. Sobre la mesita una nota taciturna, y rió. Su marido daba cabezadas y pespuntes a una pobre nutria descosida, como disfraz infantil del arca de Noé. La casa recogida, el campo de minas de juguetes dispuesto para la siguiente batalla, la vajilla limpia y la colada girando a bajo coste. Volvió a la cama y siguió la nota: Cuidado con las Nancys, les gustan los peludos apagafuegos.
Él había escrito: Ya sigo yo, descansa. Casa lista, nutria rebelde y sin noticias del oso ni del camión de bomberos. Estarán de farra con las Nancys.








Sin la menor contemplación

                       En la soledad de la noche urbana, un coche en paralelo la seguía, a sabiendas de que su implacable mirada la amedrantaría.
            Arrogancia desprendida hacia una supuesta condición de indefensión que le reafirma en ese instante su pertenencia. Con la consciencia de quien se sabe podría hacer cuanto quisiera con su cuerpo, toma el beneplácito de examinarla por completo, sin escatimar.
                     A continuación el coche sigue la marcha. El vello vuelve a la situación originaria. Siente un gran desprecio por ese tácito aprovechamiento.
De quien en otras ocasiones se supo había sido verdugo de ofrecimientos, intentonas de retención, vejaciones, abusos… a mujeres en igual situación tras aparecer sangrante en un portal; sin dejar rastro su víctima.

Carta a una amiga

Querida amiga:
Te escribo esta carta porque te quiero, porque me importas. Piénsalo bien y no te ofendas con mis palabras. Si te grita, no te quiere. Si te insulta, no te quiere. Si te humilla, no te quiere. Si ignora tu opinión, si te ningunea, si te trata con menosprecio como si fueras algo más de su posesión, no te quiere. Y, si se ha atrevido a levantarte la mano, aunque no haya llegado a rozarte, ten por seguro que no te quiere. No lo pienses más, tú vales mucho, te mereces mucho y lograrás mucho. Rompe las cadenas, libérate de su yugo, vuela libre. Porque una nueva vida te espera, una vida maravillosa, ¡la vida que te mereces!

Qué listo

La vigilaba. Controlaba sus movimientos, su móvil, sus redes. No hacía otra cosa que vigilarla. Así empecé a perder mi propia libertad.
Qué tonto.
La despreciaba. A ella que me amaba, sí, la despreciaba. A ella que era mi vida, la despreciaba. Así despreciaba mi propia vida y, claro, a mí mismo.
Qué tonto.
La insultaba. Todo en ella me parecía mal. Era como un espejo en el que creía ver mi propia mierda. Y sí, así me insultaba a mí mismo.
Qué tonto.
Le pegaba, y sí, ya sabéis… Así golpeaba a mi propia dignidad.
Qué tonto.
Así entendí que el amor no es eso, que el amor es respeto. A ella y a su libertad: nuestra libertad.

viernes, 27 de octubre de 2017

Se acabó el bochorno

He decidido no pertenecer más al gremio de los vecinos que sufren falsa sordera.
Dejar de conversar sobre el tiempo con ese hombre que se viste de cortesía, pero que al cerrar la puerta de su casa desmiembra la dignidad de la mujer con la que habita. Entre muros manchados sangre. A golpes de humillación.
"Me da igual el calor ", he respondido a su comentario climático. "El auténtico bochorno es el chaparrón de insultos  y bofetadas con el que atormentas a tu compañera.  No voy a admitir ni una borrasca más".
Aferrada a la verdad me dirijo a la comisaría :"Vengo a denunciar al maltratador que tengo por vecino".
Que la justicia entre como ventolera. Se acabó el bochorno.



Sandalias para el estío

Había llegado el verano, por lo que no me sorprendió que la mañana se despertara con el piar del jilguero, con un sol jubiloso. Hacía calor en casa. Aproveché para sacar mis sandalias rojas. De la nada apareció Nicolás, junto con palabras gélidas y gestos desmesurados. Miró enervado mis pies. Me insinuó como otras muchas veces que era uno de esos mamíferos de hocico alargado y pelaje rojizo. La habitación empezó a quedarse helada. Me apresuré en ponerme las sandalias. Mientras le oía sin ánimo miraba a través de la ventana el sol jubiloso, escuchaba el canto del jilguero. Creo que intentó levantar la mano, pero para entonces, yo ya había salido de su madriguera.

Albahaca

         El corazón me hizo abandonar el pueblo, paraíso modesto para mis enormes ansias de volar. Tres años respiré el veneno que me administraba Julián,  en nuestra húmeda y lóbrega madriguera.
          Aspiré la última bocanada de aire viciado, perlas amargas llegaron a la comisura de mis labios. Empujé suavemente el retrato, que se desintegró en el suelo y volé escaleras abajo. Pasé por última vez por el bar donde el monstruo, acodado e inclinado en la barra, ingería el combustible del odio.
          Llegué frente al caserón de anchas paredes, pasé mi mano con delicadeza por la frondosa maceta de albahaca y cubrí mi rostro con su fragancia. Cerré los ojos; aromas de mi infancia y de esperanza invadieron mi mente.

Es hoy

            Sara tiene miedo. Miedo que doblega, ata. Miedo que sofoca, arde. Miedo abismal que hace tiritar. Miedo que asfixia. Miedo voraz que exige silencio. Miedo que le impide contárselo a nadie. Mordaza hermética es el miedo. Miedo que se multiplica ensordecedor. Miedo a la mano tiránica que abusa, golpea. Miedo a la voz que grita, humilla.  Miedo que amorata, hiere, marca. Promesa de muerte, el miedo. Miedo en carne viva. Desvalida esclavitud crea el miedo.
            Amanece. Él, su verdugo, duerme al otro lado de la cama. Empieza para Sara un día más. Un laberinto desconsolado. La continuidad intrincada de las lágrimas. La ansiedad definitiva de un infinito desierto. La versión insaciable de una pesadilla.
                                                    ¿Hasta cuándo?

Fuerte marejada

Águeda se murió de vieja con veintinueve años y una hora. Yo no había tenido una sola amiga hasta el día en que decidió aparecer, tropezando con mi máquina oxidada, por el curso de mecanografía. Desde donde consigo recordarla, su tajante negativa a responderme por qué aderezaba el café con sal Mandon nunca me dejó dormir. Solamente cuando hube arrojado sus cenizas al Estrecho de Bering me confesó, aún a regañadientes, que algo tenía que hacer con los restos que le sobraban después de echársela en las heridas del alma.



Todo cambió

Amanecía y parecía otro día mas, otro día cualquiera, pero en mi interior, sentía que no era así.
El sol brillaba con más fuerza que nunca, mirase donde mirase todo parecía radiante, mejor, nada parecía igual.
Todo en esta vida sucede por algo, pero mira que todo esto tardó en suceder. ¡Maldito miedo!
En casa ya nos somos tres, ahora somos dos,  me di cuenta que desde entonces, todo cambio…
Las lágrimas de mamá ya no caen por inercia, parece una nueva persona, es una nueva persona, la mujer más fuerte, más luchadora y más especial. Te quiero.

El miedo que libera


Siete de la tarde y el vestido negro encima de la cama. Las llaves del nuevo hogar y el billete de avión hacia Madrid anticipan tu futuro. La palabra oportunidad aparece en la letra pequeña del periódico de hoy. Una lágrima desciende por tu rostro. No es tu culpa, nunca lo ha sido. Se acabó, has escapado de esa prisión de inseguridad que parecía quererte, pero no hacía más que anularte. Ahora que ha parado de llover, decides que es momento de que acabe el nostálgico frío de otoño y empiece una nueva primavera. El sonido de la puerta al cerrarse deja atrás todo lo vivido. Yo sólo puedo decirte: Vive.


La luz gramatical


Si te marcan, enseña las manos como palomas inquietas. Ya sé que te sientas sola como una tarde de parque sobre esa luz solitaria que dejan los niños al irse. Busca entre tus recuerdos la señal en la que residían las promesas no cumplidas. Huye. No te arrepientas, porque ya dijo Spinoza que el arrepentimiento no es virtud. Cree en la gramática y verbaliza su sintaxis de esperanza. No digas: "Si lo hubiera dejado, tal vez sería feliz", porque entonces estarías buscando, como Dante, un sol al que nunca podrás oír. Y sueña con cigüeñas ardiendo en el cielo, con esa libertad que tenías cuando la espera nos ofrecía siempre un regalo. Esas pequeñas cosas que pueden hacerte ser sublime sin interrupción. 




Física elemental

Tenía que haberlo previsto. Tarde o temprano iba a ocurrir. Pero siempre piensas que hay lugar para el cambio, que nunca es suficientemente tarde. Era, por demás, el padre de sus hijos. ¿Cómo no darle una última oportunidad? Era lo que tenía el amor, que te cegaba el entendimiento. Y ahora estaba ahí: sintiendo por sí misma el efecto de la caída libre de los cuerpos. Era increíble cómo una vida cabía en el lapso de siete pisos. En el sexto recordó el 016, los tres dígitos salvadores que nunca llegó a marcar. En el segundo recordó a sus hijos. De golpe, dejó de recordar.

Basta

Un día, sin pensarlo, se marchó. Sin tener adonde ir, pero teniéndose a sí misma y a su dignidad malherida. Asqueada de ir contra la mujer que cada noche dejaba caer su cuerpo en la cama y rezaba porque no se acordasen de ella. Cansada de taparse los moratones, de disfrazarse el alma y de dibujarse una sonrisa de cartón en el rostro marchito.

Ni cogió las llaves ni se dio la vuelta: sabía de sobra que si la echaban en falta sería porque no estaba ahí para recibir los golpes de la frustración ajena. 
 

Desesperanza

¿Qué necesidad de sentir miedo? ¿Por que el dolor, los moratones? ¿Por que las lágrimas? ¿Por que este grito ahogado en el silencio? El tiempo se ha detenido en un bucle oscuro del que no se como salir. Un día a día que no pasa, que no cesa, como los golpes, como los gritos. Una vida en pausa, como la ropa que languidece olvidada al fondo del armario.

Ventanas cerradas, persianas bajadas, gafas de sol una mañana de lluvia, la mirada esquiva, la vergüenza, un constante ojear el reloj, ese no sonrías por si acaso sienta mal, la ansiedad del momento, fotos rotas en la escalera, el balcón entreabierto y mis ganas de saltar… y volar.

Detalles imperdonables

     Toni era mi novio, una tarde quiso que no saliera de casa tal como iba vestida:
      ─Pareces una puta con esa pinta─. Tuvimos un  "broncazo" impresionante, incluso me levantó la mano, yo cogí un jarrón.
     Quedó en tablas, pero no lo volví a ver.
     Pasado un tiempo tuve otra relación más seria. Una tarde, habíamos follado. Cuando salí del baño  lo vi husmeando en mi móvil.
      ─ ¿Qué haces?─Le pregunté.
      ─Me gusta saber a quién llamas.
     Le arrebaté el móvil de las manos,  diciéndole muy indignada:
     ─Será mejor que lo dejemos, antes  de que esto vaya a peor.
     Se quedó  atónito, intentó justificarse, pero me fui dando un portazo.
     Hay detalles que no se deben consentir jamás


Amor propio

- Cariño, quien bien te quiere te hará llorar, quien mal reír y cantar.

- Pues mamá, a mi entonces que no me quieran, que ya me quiero yo.