jueves, 20 de noviembre de 2014

Sin tatuajes

Ella no tenía tatuajes, tan sólo eran las cicatrices de una vida cruel que, por vicisitudes del destino, había escogido ella misma. Su principal error fue vivir en uno de esos lugares donde el machismo era el tinte bajo el que se medían todos los actos de las mujeres. Y en ese pueblo de únicamente cinco viviendas, quien se salía de los moldes, así que era mejor callar y otorgar, renunciando incluso a la vida misma, a la personalidad.
Ante la incapacidad de rebelarse, Olvido se resignó. Que si él deseaba la comida a una hora, pues se la hacía, que si él no le daba dinero, era para que no lo malgastase, y no había más.

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