Él mismo llamó por teléfono. Cuando se presentaron en su casa pidió que lo esposaran, en un intento desesperado por anular sus manos, las mismas que habían querido burlar a la cordura. Despídanme de ella, por favor, musitó con la vergüenza en los labios.
Ella salió a la escalera con lágrimas en los ojos y gritó su nombre. Él se volvió hacia ella, mientras repetía que lo perdonase.
Poco importaba que no hubiera habido agresión. Simplemente le había faltado al respeto y eso le hizo temerse a sí mismo. Había perdido su dignidad y quiso darse tiempo para volver a ser un hombre íntegro.
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