jueves, 20 de noviembre de 2014

Siempre serás mía

La casa quedó en silencio. Todos habían marchado. La policía precintó la puerta. Habían retirado los cadáveres. Se trataba de un nuevo caso de violencia doméstica.
Pero dentro, pasaba algo extraño:
Engracia, como de costumbre, se metió en la cama y se tapó hasta las orejas. Pensaba que él no le iba a molestar más y, si descansaba un poco, los hematomas de la cara se borrarían.
El resuello cansino de Fulgencio le devolvió a la pesadilla de cada día. Volvió a sentir un frío difícil de aguantar.  Además, no conseguía verle.
—¿No me vas a dejar descansar en paz?  —dijo ella.
—Ya te lo dije, ni muerta dejarás de ser mía —contestó Fulgencio.


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