Fue un día cualquiera aunque no recuerdo el motivo. Me golpeó cruelmente, mientras dejaba tan maltrecho mi orgullo y autoestima, que ni el mismísimo Dios hubiese sido capaz de recomponerlos. Después, salió dando un portazo.
Sola, desamparada, sin saber que hacer, lloré como nunca antes lo había hecho.
- "No le obedecí, quizá fue mí culpa", me recriminé...
- "Últimamente bebe demasiado", le justifiqué...
- "Seguro que no lo hará más", me engañé...
Cuando por fin cesó el frenético parloteo de las mil y una absurdas aturdidoras excusas que embotaban mí cerebro, sentí un gran vacío; luego una tranquilizadora paz llenó mi alma...
Definitivamente la justicia había vencido al miedo. Grité...
¡No más pretextos!...¡no más mentiras!...¡no más silencio!... ¡nunca más!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario