El puño se acerca a gran velocidad a su rostro y descarga toda su fuerza contra la mejilla. El dolor es intenso, superior al producido por los anteriores golpes; se le nubla la vista, pierde la consciencia y cae al suelo. Ya no siente nada cuando recibe una patada en las costillas.
La oscuridad, el silencio.
Cuando despierta el corazón se le dispara, acelerado; y corre a mirarse al espejo, con el horror asomando a los ojos. Pero todo está bien: la piel seca, la mirada áspera, el bigote, la barba hirsuta. Ni rastro de golpes o moratones.
Respira tranquilo. Todo ha sido una pesadilla.
Ha soñado que él era ella. Y que ella era él.
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