Ella yace en una cama de hospital. Él entra con un ramo de flores. Él le coge la mano, le dice que lo siente, que la ama, que no volverá a ocurrir, que no sabe qué le pasó, otra vez que la ama. Ella no puede hablar, pero una lágrima sale de su ojo amoratado y se desliza por su mejilla hinchada. Él le pide otra oportunidad. Ella compone un extraño rictus con sus labios rotos y parece sonreir. Él le pregunta si decía en serio que le denunciaría. Ella niega apenas con la cabeza. Él sale de allí aliviado, aunque enseguida se enfurece: gracias a esa inútil tendría que comer varios días seguidos en casa de su madre.
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