jueves, 13 de noviembre de 2014

Culpable de suicidio

Ella era la culpable de mi insomnio, quizá yo también del suyo, pero eso no me importaba. Sus largos y fríos dedos capaces de despertar mi piel cada vez que me empujaba débilmente para impedir sin éxito que me acercara a ella; sus agrietados labios de rojo despintados que temblaban con sólo verme y al mismo tiempo ahogaban gritos de llamada a los que nunca concedí una espera; su cuello envenenado de ese perfume que tanto me tentaba a desnudarla.
Todos hablan de su suicidio, pero la verdadera arma homicida fui yo; y es que ella prefirió una muerte rápida a la eterna tortura a la que yo la sometía. Si sólo hubiese sido capaz de respetarla…

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