Aquel día no había bebido, y ningún contratiempo le había perturbado. "A ver quién viene a fastidiarme el día".
¿Era un recelo o tal vez un deseo?
Y allí estaba ella. ¿Su gran pecado?: se le quemó la comida.
Ya tenía el motivo para desatar su ira. Ella se acurrucó en un rincón de la cocina, anulada por completo por los gritos de él. Desdoblado brutalmente, su parte pacífica quedó estampada en el techo, boca abajo, y desde arriba pudo ver como su más cómplice enemigo bramaba como una fiera contra aquella criatura indefensa. Por suerte, aquella imagen, vista desde arriba, fue determinante.
De vez en cuando deberíamos asomarnos, desde fuera, a nosotros mismos…
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