lunes, 10 de noviembre de 2014

Ya no era ella

Cuando la bofetada fue a caer  sobre su rostro, ya no era ella. El  primer golpe alcanzó a la vecina del bajo y el segundo,  al dueño del colmado de la esquina. Tampoco la alcanzó con la primera patada que fue a dar en la espinilla de la presidenta de la comunidad y el escupitajo postrero cayó sobre el chico que hacía footing cada mañana por el parque.

No era su mujer la que  gritaba de dolor. Aullaban el panadero, la maestra  y el médico del centro de salud. El barrio había abierto, por fin,  sus ventanas. El barrio, alerta,  aporreaba sus puertas. El aire traía complicidades y se llevaba silencios.

Sólo el confuso torturador seguía siendo él, miserablemente él. 

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