Una vez más se repetía la escena…el primer puñetazo en el ojo inundó mi cabeza del dolor más agudo y terrible que haya sentido jamás, el siguiente fue en la nariz, pude escuchar cómo se me rompía el tabique nasal, una patada en las costillas me dejó sin respiración en el suelo, y a pesar de los golpes que le propinaba, a ella solo le sangraban los nudillos. Al despertarme todavía sentía dolor, pero solo en el alma, le preparé el desayuno, y aún empapado en sudor frío y en lágrimas de vergüenza, le pedí perdón y le dije lo mucho que la amaba. Desde entonces, cada mañana la despierto con un "lo siento" y "un te quiero".
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