No sé qué me decías, qué me recriminabas, qué me gritabas… otra vez. Me atreví a mirarte y vi como levantabas tu mano, con ira, dispuesto a todo. Y en tus ojos vi tu locura, tus golpes de otras veces, tus insultos, tu falta de autoestima, tu cobardía. Pero esta vez fijé mis ojos en los tuyos —altiva, decidida, con la razón de mi parte—. Y puede que vieras en ellos mis derechos, mi dignidad y los miles de seres humanos que estaban conmigo, que, como yo, pensaban que te equivocabas… Y, lleno de vergüenza, bajaste la mano.
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