Cuando entró en el baño el espejo le devolvió la ausencia de su rostro reflejado. Iba a volver la cara como tantas veces, pero se fue acercando hacia él sujetando su tripa. Se fijó en el lavabo; los restos del afeitado, la pasta de dientes reseca y las cuchillas esparcidas. Acercó su rostro al espejo, sin importarle que su vientre abultado quedase aprisionado. Se detuvo en el cabello despeinado, su piel ausente de maquillaje pero pintada en tonos violáceos y sobre todo, sus ojos. Amoratados, un párpado entrecerrado. Intentó abrirlo y consiguió despegarlo. Con un gesto rápido, cogió una cuchilla y de su tripa empezó a brotar sangre. Un manantial de un amarillo opaco empezó a calentarle las piernas.
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