A veces un silencio aterrador era la antesala a un brote de violencia en casa. En ese momento, mi hermana y yo nos encerrábamos en la habitación. Y cuando escuchábamos el llanto de mi madre, sabíamos que podíamos salir, porque ya mi padre se había descargado (había echado toda su mierda allí). Entonces salíamos con el corazón acelerado y nos abrazábamos a mi madre con los ojos secos como almendras. Mi madre en ese momento nos tranquilizaba diciendo que todo había pasado ya y nos prometía que papá no lo volvería a hacer. Sin embargo, todos sabíamos que no era verdad.
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