Abrió la puerta de casa y lo vio tendido en el sofá mirando la televisión. Él levantó el dedo con aire apresurado y le indicó que no molestara. "Voy a cenar", avisó ella y entró en la cocina.
La impaciencia le hacía cosquillas en los pulmones y la tensión pasada en la reunión le agitaba todavía los músculos de la cara.
El no aparecía.
La ensalada estaba ya preparada, pinchó algunas hojas y jugó con el tomate cherri haciéndolo rodar.
El seguía viendo la televisión.
Con una calma inusitada en ella, cogió una copa, vertió el champán y realizó un doble brindis:
¡Por mi nominación al Goya!
¡Por una nueva vida lejos del silencio y el vacío!
Adiós
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