He pedido la muerte muchas veces. A gritos. Entre lágrimas. A solas.
Para mí o para él, me daba lo mismo. Si para mí, por acabar la tortura
en la que llevo inmersa veinticinco años. Si para él, para que no
vuelva a maltratar a nadie. Al final he optado por envenenar un trozo
del pastel que he hecho para celebrar nuestras bodas de plata. Una vez
diluido el tósigo he cerrado los ojos y he girado la bandeja muchas
veces, así el destino elegiría a quien llevarse. Lo que pasa es que yo
no soy de mucho dulce y él es muy goloso, por eso, cuando se ha
terminado su ración, no he podido resistirme a ofrecerle la mía.
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