Las agujas del reloj marcan un ritmo, mientras la niña cantando sigue el suyo. Las teclas de mi ordenador tienen su baile, mientras exhalo a su paso. Nadie me hace caso, pese a que yo espero algo nuevo. Ya no soy fiero, no escupo lenguas de fuego, ni tan siquiera vivo despierto. Soy un diluido color en una descolorida tarde, que piensa en llamarte desde las frías partes que un día mutilaste con tu partida.
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