Acudía a su encuentro, alborozada, cuando regresaba a casa. Saltaba a sus brazos y me enorgullecía de tener un padre así. Él me acariciaba el cabello y repetía: "Eres la niña de mis ojos".
Con el tiempo descubrí a otra persona y el cariño se convirtió en pánico. El sonido de sus pisadas subiendo las escaleras aceleraban los escalofríos. Mamá me escondía bajo las sábanas y yo fingía estar dormida. Luego surgían los reproches, los gritos y los golpes. "Me muero por matarte", rugía mientras se me retorcían las entrañas. Algún día. Y bajo las sábanas lloraba de rabia.
Esa noche, tras implorar al Santísimo, mamá y yo nos libramos del mal. Y es indiferente si fue obra del diablo.
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