lunes, 26 de noviembre de 2018

Vano

Dos años. Han pasado ya dos años desde que vi por última vez el rostro de mi hija y cada día sin ella duele más que el anterior.
Solamente doy descanso al dolor instalado en el pecho cuando entro en su cuarto y recorro con la mirada cada pequeño recoveco. Todo está intacto, tal y como lo dejó aquello mañana de mayo: el pijama sobre la cama, el pintalabios abierto, el collar en la mesilla…
Nunca me gustó Marcos.
Si aquella mañana no la hubiera acercado en coche al parque ahora estaría aquí, conmigo.

"¿Qué espera del futuro Señor Roldán?"

Mi hija no va a aparecer por la puerta.
Marcos saldrá de prisión en un mes.

Nada. No espero nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario