Ana oculta sus temblorosos dedos mientras camina tras los pasos impacientes de su marido. Este, la mira con el desprecio y la humillación usual ya en su vida y atrapa sus escondidas manos obligándola a aligerar su caminar.
Traspasa la puerta de su temido hogar cerrando los ojos cuando el golpe esperado le cruza el pálido rostro y la deja postrada a sus pies. Abatida intenta levantarse mientras unas manos se enredan en su rubio cabello arrastrándola hacia la cama.
Él arranca su ropa, la encarcela bajo su cuerpo, muerde su boca y le recuerda que seguirá siendo para siempre suya.
Ana permanece quieta, inmóvil aunque se estremezca de terror. Teme luchar, teme, como cada día, morir.
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