El piso que mamá había alquilado en un barrio perdido de las afueras, estaba en una cuarta planta sin ascensor. Era oscuro y las paredes lucían verdes de moho. En la cocina, habitaba una familia de cucarachas y el baño olía a pis.
Pero era precioso. Mamá nos había jurado que papá nunca podría averiguar dónde quedaba.
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