«Puta», dijo. La arrastró al lavadero y limpió su sangre. Salió al balcón del dormitorio. Mesas amontonadas en la acera, restos de comida, una pareja de perros copulando. Cuando fue a encender el cigarrillo descubrió el temblor en las manos. Un leve estremecimiento que le impedía dirigir la llama. «Puta», repitió.
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