Ella se ve tan bonita, tan suave, tan preciosa. Tan delicada. Tan frágil.
Frágil porque no la toman en serio cuando dice que está viviendo un infierno. Frágil porque no es capaz de vencer esos sentimientos de dolor que han quedado circunscritos en su alma. Frágil porque se siente impotente de que la sociedad no haga nada por remediar esta lacra plagada en la mente de los odiosos.
El hombre alza su puño, otra vez, en señal de violencia, pero no puede hacer uso de él. El pueblo ha dicho basta. Los barrotes le impedirán que vuelva a ver la luz, de la misma manera que él apagó la luz de sus ojos docenas de veces.
Se acabó. Nunca más.
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