Cambié noches en vela por velitas en la cena. Ojos moratón violento por labios color rojo chillón.
El puñetazo en la mesa por el desayuno en la cama. La bofetada estruendosa por la silenciosa caricia. Los gritos de energúmeno por susurros de poeta. Cambié el cerdo por las margaritas, la ostra por las perlas, las espinas por la rosa. En el último golpe el monstruo se pulverizó de repente. Grano a grano. Mordiendo el polvo. Solo tuve que soplar y se fue la pesadilla. Con el Hombre de Piedra me hice relojes de arena. Ahora soy la Reina del Desierto.
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