Después de tantos años escuchando gritos y golpes a través de las puertas, se prometió a sí mismo que él nunca sería así. Y donde su madre solo recibía golpes, él aprendió a dar caricias; donde había moratones, aprendió a dar besos; donde escuchaba "inútil, no vales para nada", aprendió a decir "gracias por estar a mi lado".
Fue ella, en su dolor y su miseria, quien le enseñó el valor de un abrazo, de una palabra de ánimo y de una mirada de cariño. Fue ella, como muchas otras ellas, quien sacó fuerzas de donde no había para protegerlo y protegerse. Y ahora él, padre de familia, admira aún más a esa madre valiente que pudo romper las cadenas.
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