Ella se duchó, arregló la casa, tomó un café rápido y apenas probó la tostada. Él bostezó tras frotarse los ojos y apurar su botella de licor. Ella se puso el uniforme de la fábrica, pintó sus labios y llevó a la niña al colegio. Él vistió su negra chaqueta de rencores, apretó los dientes y cogió la caja de herramientas. Ella pensó por un instante en su nuevo futuro, sencillo pero luminoso. Él lanzó esputos de odio en las aceras del pasado. Ella se detuvo en la esquina y envió al aire un beso rojo para su hija que sonreía moviendo la manita. En ese momento, él quebró la orden de alejamiento y la vida, para siempre.
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