Dejo con cuidado una peonia en la fría piedra que separa nuestros cuerpos. Siempre pensé que tenías razón, mamá, cuando me llamabas débil, por eso nunca lo cuestioné cuando él también empezó a decírmelo. Al principio, "entendía" mis estados depresivos, no como tú, y eso me hacía sentir normal. Con él no era una persona enferma, era simplemente yo, pero fue hace tanto tiempo que me siento una extraña en mis propios recuerdos. Cuando empezó a pegarme me decía que lo hacía para hacerme reaccionar, para liberarme de la atonía. Me pegaba para ayudarme, mamá. Eso era lo peor de todo, debía sentirme agradecida. No soy esa florecilla endeble, ya no. «Nos vamos lejos» susurro acariciándome el vientre.
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