—¿Y no deseas que tu papá salga de la cárcel? —pregunta el niño mirando la arena mientras juega con ella.
—No. —responde ella, desvía la mirada y manosea sus trencitas, como cuando está nerviosa.
—¿Por qué?
—Es más seguro.
—¿La cárcel es segura? —pregunta, curioso, alzando su mirada hacia la niña.
—No, mi hogar es más seguro ahora. —confiesa saboreando la palabra. Es la primera vez que hogar no suena como una palabra extraña para hablar de su casa.
El otro niño sigue jugando con la arena, sin responder. No entiende el peso de las palabras de ella y ella tampoco debería, del mismo modo que no debería haber aprendido a sonreír olvidando ser feliz por el camino.
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