Llegamos cuando estaba amaneciendo y corrimos a bañarnos bajo los primeros rayos del sol. Me cogía de la mano para que no resbalase y yo me sentía amada.
Vuelvo a mirar la foto pero se me nubla entre las lágrimas. Mi pómulo hinchado pregona la fuerza de su último golpe. Aquí, atrincherada en un rincón a oscuras, me empeño en volver a aspirar ese olor a mar, en acariciar la silueta de aquella chica de hace casi treinta años, como si el tiempo y sus garras no hubieran atropellado mis sueños.
Escucho a mi vecina tararear una canción. Creo oír el rumor de las olas. Cierro los ojos. Siento la brisa en mi cara. Quiero gritar mi miedo. Quizás mañana.
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