jueves, 12 de diciembre de 2019

Sherezade


Al principio, cada día inventaba una historia para él. Después comencé a hacerlo para mí. Lo disculpaba por el cansancio, o por el alcohol, o por la falta de futuro, hasta convencerme de que en el fondo me quería. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, yo siempre terminaba igual: sangrando en alguna parte de la casa. Tuvieron que pasar más de mil y una noches para que abriera, por fin, los ojos. Cuando lo hice, aquel policía me ofreció su mano, entonces me dejé de cuentos y le dije, simplemente, la verdad.




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