Mama raspa el arroz con leche y no me da ná. Rita no viene a lamerme los dedos y se queda en el banco de la plaza con don Euclides el carnicero que le mete y le saca el dedo por el hueco que le veo cuando bate la cola.
—Yo te he enseñao a ser una señorita de bien —me dice.
—Pero mama, la niña manos de cerdo me obligó.
Don Euclides deja a Rita y la niña manos de cerdo la acaricia y me mira aburría de estar con su papa que coge a otra perrita a la que no le tenemos nombre.
—No juego más con vos, niña sin dedos ni mama.
—Yo te he enseñao a ser una señorita de bien —me dice.
—Pero mama, la niña manos de cerdo me obligó.
Don Euclides deja a Rita y la niña manos de cerdo la acaricia y me mira aburría de estar con su papa que coge a otra perrita a la que no le tenemos nombre.
—No juego más con vos, niña sin dedos ni mama.
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