— Calla, no grites, que la niña te va a oír —susurra la mujer—. Por favor, no me pegues —suplica al borde del llanto—, perdóname.
Suenan golpes con un llanto infantil de fondo. Después, el silencio, cómplice e infame.
Al día siguiente un poco de maquillaje y una sonrisa postiza, que se derrumba ante las miradas inquisitivas.
— Es culpa mía, le pongo nervioso. Pero es un buen padre.
Él entra en casa arrepentido, con un ramo de flores y una muñeca nueva. La niña corre a esconderse detrás de su madre.
— No quiero esa muñeca —dice la niña—. Papá me da miedo.
Ella la abraza y por fin entiende que un maltratador nunca es un buen padre.
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