Acostumbraba a echar la vista atrás repetidamente cuando iba de vuelta a casa, a llevar el móvil en su temblorosa mano, desbloqueado y con el 112 preparado para ser marcado. No se atrevía a llevar un arma, pero siempre que oscurecía llevaba preparada la llave más afilada de su llavero y cuando llegaba a casa, cerraba la puerta rápido y con taquicardia.
Sus conductas de seguridad no tenían fin, pero tampoco le otorgaban paz. Y aunque Manuel ya estaba preso, y todos le repetían "tranquila, todo ha terminado", ella tenía que seguir viviendo con algo invisible de lo que no podía escapar, su miedo.
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