A treinta centímetros del espejo, su superficie devuelve mi imagen, el vivo retrato de la derrota. Las ojeras azuladas, consecuencia de tantas noches sin dormir. Mi rostro y cuerpo prematuramente envejecidos. Las arrugas, la espalda encorvada y el pecho retraído, signo inconsciente de autodefensa. El abdomen hinchado debido a los desórdenes gástricos. El cuadro de depresión y ansiedad crónicas, las subidas de tensión y arritmias que requieren tratamiento.
Puede que mis heridas no sean evidentes si te cruzas conmigo en la calle, pero las apreciarás si escuchas mi voz vacilante, si observas el miedo en mi mirada, mi caminar fatigado...
Todo ello, las secuelas de la violencia continuada que ha exterminado mi persona, mi voz y cualquier vestigio de esperanza.
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