La unión de gentes buenas y voluntades, la explosión de ganas y energía,
el anhelo de vivir. El deseo. La pureza. La sonrisa de su familia y una
mirada limpia. La nobleza. La voz fuerte y libre, la poesía, los abrazos
y los buenos días. El beso de buenas noches, el aliento de vecinas y
vecinos. Todos juntos derribaron al monstruo de los ojos ensangrentados
y la mente podrida, al terrible demonio que habitaba en ese hombre que
no era hombre ni era nada. Y ella, osada, llenó sus días de valentía y
sonrisas, se liberó las cadenas del miedo. Vivió.
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