Había estado angustiada desde que lo hice. Hay cosas para las que nunca se está preparada. Regresaba a casa cuando recibí la llamada. Me informaban de que ya lo habían detenido y puesto a disposición judicial. En mi cabeza un coctel de alivio, gratitud, rabia, remordimiento y culpa. Llegué a casa. Cogí el ascensor. Primera planta, respiré hondo. Segunda planta, nervios. Salí al rellano. Abrí la puerta. Y allí estaba personificado a lo que tanto temía enfrentarme. Se giró lentamente, y me miró. En sus ojos la pregunta de "¿por qué?". Y yo, llorando, y dándole un abrazo a mi madre solo pude decirle: "Por nosotras. Porque no merecemos estar muertas en vida".
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