Desde que la vi por vez primera entrar en mi tienda, me enamoré de ella.
Su forma de seleccionar cada pieza de fruta que compraba, su suavidad a la hora de dirigirse a mi persona y sobre todo sus ojazos negro azabache: me conquistaron irremediablemente.
Sabía, porque aquí en una pequeña ciudad, todo se sabe; que está casada. Lo cual hace que se convierta en un amor platónico.
Hoy ha venido a comprar.
Aunque llevaba unas grandísimas gafas de sol para disimularlo, no ha podido esconder ese moratón que rodeaba su ojo.
¿Cómo puede un hombre ser tan mezquino?
Si yo tuviera la suerte de ser su marido, solo la mimaría.
Cuando se ha marchado no he podido evitar llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario