Dormía, se acercó a la cama. La miró con aprensión. Había llegado el momento. Fue a por el cuchillo. Hoy terminaría todo. Regresó, dormía por los tranquilizantes.
Allí, delante de ella, sintió todo el asco del mundo. Era un ser repulsivo que no servía para nada. Mil veces se lo había gritado
Se arrodilló junto a aquella cara de mofletes caídos y fétido aliento.
Se quitó la camisa. Agarró el cuchillo con las dos manos, lo puso sobre su propio estómago y se lo clavó. Con un rápido movimiento lo llevó de izquierda a derecha.
Cuando Marisa despertó se lo encontró agarrado al cuchillo en medio de un charco de sangre.
Otros muchos siguieron su ejemplo.
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