miércoles, 4 de diciembre de 2019

Desayunos de culpa y miedo

Amaneció con su mejilla empapada en lágrimas sobre aquella almohada que tantos secretos guardaba. La otra aulló bajo las sábanas. Poco a poco un escozor emergió de su pómulo izquierdo haciendo tiritar sus muelas. Sus dedos frágiles y temblorosos cobraron fuerza y se cerraron en un puño que cobijaba heridas de impotencia y gritos perdidos.

Se irguió, posó sus pies sobre el frío suelo y avanzó con dificultad por el pasillo tanteando las paredes hasta llegar a la cocina. Se sirvió un té caliente y se lo tomó sin percatarse, pues su cabeza cavilaba, estudiaba y maquinaba.

Se decidió a dejar de ser su saco de boxeo. Llevaba muchos asaltos a sus espaldas, pero ninguna victoria. Tenía que buscar ayuda.

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